La inundación
Bajó los pies de la
cama buscando las pantuflas y hasta el tobillo le llegó el agua. Por un
instante creyó que podía estar soñando y las imágenes de años felices en la
casa de la isla le ocuparon la ilusión brevemente. Se puso los anteojos y miró
a su alrededor pero no vio otra cosa que el silencio y escuchó las lágrimas de
su hermanita menor que estaba en la cama de al lado. Por qué llorás, le
preguntó, al mismo tiempo que los brazos hacían de puente entre las mantas y
les sirvieron para acunarse como si hubiesen vuelto a recién nacer. Vení,
quedate conmigo y no llores más. Mi oso no sabe nadar, le contestó la más
chica, señalando al muñeco hundido debajo de la cómoda y secándose los ojos con
el revés de la manga...y yo tampoco.