Sentada sobre una pila de libros, en el centro de
la habitación vacía, miraba las huellas de objetos cotidianos en la pintura
vieja de las paredes.
Prendió una vela apenas se cortó la luz, justo
hoy, pensó y las sombras se agrandaron tanto como sus recuerdos.
Su vecina, siempre puntual, había preparado lo
mismo de todos los domingos a la noche. Ella pensaba que una mujer que cocinaba
semejantes aromas no podía estar cenando sola e inmediatamente los golpecitos
en la puerta, del chico del delivery, la pusieron de mal humor.
Cubiertos plásticos y un plato de telgopor con
una milanesa tibia y puré sin nuez moscada no podían conformar a nadie. No pudo
terminar de comer.
Se levantó, fue hasta la cocina y abrió la
canilla para servirse una copa y se dio
cuenta de que no había embalado el filtro de agua. Pensó en su salud, encendió
un cigarrillo, se hizo sonar los dedos de las manos, se sintió sola otra vez
más y volvió a sentarse sobre los libros.
Repasó mentalmente la lista de cosas pendientes
para la mudanza de mañana. Tendría que olvidar lo innecesario.
Se sobresaltó con la luz que volvió de repente,
justo para iluminar la silueta de un fantasma. El de él. Casi nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario